Crónica: Los Cachacos
“Sus cuerpos estaban cubiertos de sangre. Nunca olvidaría tal imagen, ver el dolor de muchas personas que lloraban sobre los cuerpos y pedían justicia”.
El sábado 25 de noviembre de 1990, en Santa Elena, corregimiento de Medellín, fue un día de sol.
Jorge Saldarriaga se dirigía hacia su casa, a eso de las 4:00 pm, después de un día agotador de trabajo. Cuando llegó, observó que su esposa, Socorro Vanegas, preparaba unas arepas de chócolo, sus preferidas. Corrió a la mesa y tomó asiento por un momento y luego empezaron a llegar sus hijos que también quisieron acompañarlo.
En el Llano, una pequeña vereda de este corregimiento, se encontraba la familia García, bebían alcohol y disfrutaban escuchando música a alto volumen.
El 25 de julio de 1990, Carlos, el menor de los hermanos García, había sido asesinado. La familia juró cobrar venganza.
Bajo silencio
Camilo Londoño era un humilde taxista, habitante del municipio de Guarne, ubicado a dos horas del corregimiento, vivía solo, después de que su esposa se había suicidado dos meses atrás.
Nunca había trabajado en la noche, pero ese día quiso distraerse por un momento, ya que se sentía solo por la muerte de su pareja.
“Recuerdo aquella noche, cuando un hombre, a quien ya varias veces había transportado, se subió a mi vehículo a las 11:00 pm y me pidió que lo llevara a la vereda Piedras Blancas”.
En el transcurso del camino recogió a otras cinco personas, que, al parecer, ya se conocían con el pasajero anterior y se dirigían al mismo lugar.
Los seis hombres se bajaron a comprar alcohol en el estadero “Copacabana”. Le pidieron que los esperara.
La familia “Los Cachacos”, llamados así por razones personales, habían escondido todas sus armas por una llamada anónima, avisando de una requisa que haría la policía.
Socorro y su esposo Jorge, se habían ido a dormir después de la llamada.
Hacía frío y solo se escuchaba el aullido de los perros, el murmullo de las ranas y pequeños animales de la noche.
En el cuarto de enseguida dormían sus tres hijos, ya que Silvia, la hija mayor, se había casado y ya no vivía en casa. También estaba alias “Chiro”, un conocido de la familia.
Eran las 11:45 pm cuando alguien tocó a la puerta. Jorge le preguntó a su esposa ¿quién será mija a esta hora?, ella le contestó “quien sabe mijo, vaya y abra a ver quien es”. Jorge se levantó, se dirigió a la puerta, estaba descalzo y tenía una ruana por el frío que hacía. Cuando abrió la puerta sintió un gran golpe en su cabeza, veía como le salía sangre, cuando logró ver bien lo que pasaba, observó que de un machetazo, le habían partido la cabeza, cayó al suelo y cuando trató de levantarse un tipo le mutiló las manos. Socorro sintió el alboroto y corrió a la sala donde estaba la puerta principal, observó lo que pasaba y corrió hacia los tipos tratando de salvar a su esposo que pedía ayuda, pero un hombre inesperadamente le mutiló los pies y luego con sevicia le corto cada uno de los dedos de la mano, mientras los demás miembros de la familia trataban de salvar su vida y escapar de la casa.
A las 12:30 pm llegaron aquellos tipos ensangrentados y le pidieron al taxista que los llevara a Guarne, con mucho temor y, a la vez, con mucha duda de que había pasado aquella noche, se dirigió con ellos al lugar que le encomendaron.
Durante el camino empezó a ver desde el retrovisor que los hombres lo miraban de manera penetrante. Trató de voltear para preguntarles qué pasaba. Le pidieron que se bajara del vehículo, les suplicó que no le hicieran nada, que no hablaría de esto con nadie. En su insistencia accedieron a dejarlo continuar con ellos, pero con la condición de guardar silencio. Los llevó al lugar pedido y luego se fue a casa.
Ese día no pudo dormir, pensando en que había pasado realmente esa noche…
Alguien le tocó a la puerta a eso de las 6:00 am, era una mujer conocida, quien pidió llorando al taxista que la llevara a Piedras Blancas, al levantamiento de los cadáveres de su familia.
Una pregunta pasó por su cabeza ¿serían aquellos tipos que había transportado?, pues no quiso ni imaginarlo, entonces él sería cómplice.
Durante el camino no pronunció palabra alguna, solo veía el sufrimiento de aquella mujer. Ni siquiera tuvo el valor para consolarla.
Llegaron a una casa grande de aspecto campestre, la mujer le pidió que la dejara allí. Él también entró, llegó a la sala y efectivamente se encontraba aquella familia muerta, familia que él también conocía. Era Socorro, una mujer de 55 años, Jorge su esposo de 57 años, sus tres hijos, Diomez, Albeiro y Olimpo de 20,21, y 23 años y un joven alias “Chiro” de 20 años.
Las paredes que, al parecer, eran blancas, estaban totalmente cubiertas de sangre al igual que los cuerpos, el vestido de flores de la mujer estaba roto y al interior de los agujeros se podía observar su piel morena. Habían sido mutilados.
Camilo se sentó por un momento, sin parecer imprudente, en una silla ya un poco vieja de color café, ubicada junto a los cuerpos.
Los curiosos iban llegando y decían “mírale como le cortaron todos los dedos” o “pobrecita como quedó de morada”.
Una verdad oculta
El hecho había sido informado a la policía, gracias a una vecina que escuchó algunos ruidos extraños y alarmó a las autoridades, pero cuando llegaron ya era demasiado tarde.
Por la mente del taxista solo pasaban sentimientos de culpa, miedo y dolor. Se levantó sin decir nada y se dirigió a su casa.
El 26 de noviembre ya la noticia había corrido gracias a medios de comunicación como la radio y la prensa, se manejaban varias hipótesis acerca del asesinato de la familia “los Cachacos”, y quienes serían los posibles culpables.
Tres hombres inocentes fueron sentenciados a 40 años de cárcel y nunca nadie supo lo que realmente pasó, a diferencia de Camilo que aún vive con la culpa de no poder decir la verdad. Él solo ve como pasa el tiempo y esta familia es olvidada al igual que el asesinato.
La familia García. Los realmente culpables, viven tranquilos en casa y sienten que el asesinato de su hijo, Carlos, no quedó impune y que se pudo cobrar venganza.
Aún disfrutan en familia y visitan la tumba de su hijo, Carlos. Asesinado por Diomez, hijo de Socorro y Jorge, de la familia “Los Cachacos”.